A los siete meses de la fundación de la ciudad de Santiago
del Nuevo Extremo, y al amanecer del 11 de septiembre de
1541, el Cacique Michimalongo con sus soldados, asaltó, quemó
y destruyó la naciente ciudad, ubicada a los pies del cerro
Huelén, actual Santa Lucía.

Ese día se encontraba al mando de la guarnición de la ciudad
de Santiago, el recién nombrado Teniente General de
Gobernador Alonso de Monroy con cincuenta hombres a su cargo,
debido a que el Gobernador Pedro de Valdivia, días antes,
salió con noventa soldados a sofocar la sublevación indígena,
que había comenzado en los lavaderos de oro Marga Marga y que
amenazaba con llegar a la ciudad recién fundada.

Una vez que Valdivia partió a deshacer las juntas de
indígenas, Monroy previniendo algún ataque de los indígenas a
Santiago, se preocupó de aumentar las trincheras de la ciudad
y de mantener centinelas para observar cualquier movimiento
extraño. Pero, cuando Valdivia pasó Angostura de Paine, los
indígenas cerraron el cerco sobre Santiago con miles de
mapuches mandados por Michimalongo y al alba de ese 11 de
septiembre, cayeron sobre la ciudad.

Los españoles y mapuches pelearon encarnizadamente bajo nubes
de flechas y piedras, a las que luego agregaron fuego. Con
esta última acción se quemaron todas las casas, y los
españoles se debieron replegar en la Plaza Mayor, actual
Plaza de Armas. Inmediatamente, Monroy mandó a avisar a
Valdivia del desastre, para que los viniera a socorrer.

Frente a esta desesperada situación, Francisco de Villagra
propuso liberar a siete caciques tomados prisioneros
anteriormente, de modo de calmar los ánimos, pero esta
sugerencia no convenció al resto de los hispanos. Entonces,
Inés Suárez, la única mujer en la expedición, quien ayudaba a
curar a los heridos, se destacó por el liderazgo y ardor con
que asumió la defensa del poblado. Propuso degollar a los
caciques, para amedrentar a los atacantes.

De esta manera, doña Inés dio el ejemplo a los soldados
iniciando ella misma la tarea y luego lanzó sus cabezas a la
Plaza donde se combatía desesperadamente. Este gesto fue
interpretado por los aborígenes, como una advertencia de que
si no se retiraban, correrían igual suerte que la de sus
jefes e increíblemente dieron vuelta la espalda emprendiendo
la retirada, cuando la victoria estaba en sus manos.

A los pocos días regresó Valdivia y se encontró con la ciudad
completamente destruida. El informe enviado al rey Carlos V,
decía:

«luego tuve noticia que se hacía junta de toda la tierra en
dos partes para venir a hacernos la guerra, y yo con noventa
hombres fui a dar en la mayor, dejando a mi teniente para la
guardia de la ciudad, con cincuenta…Y en tanto que yo
andaba con los unos, los otros vinieron sobre ella, y
pelearon todo un día …, quemaron toda la ciudad, y comida,
y la ropa, y cuanta hacienda teníamos, que no quedamos sino
con los andrajos que teníamos para la guerra y con las armas
que a cuestas traíamos, y dos porquezuelas y un cochinillo y
un pollo y hasta dos almuerzas de trigo, y al fin, al venir
de la noche, cobraron tanto ánimo los cristianos con el que
su caudillo les ponía, que, con estar todos heridos,
favoreciéndolos el señor Santiago, que fueron los indios
desbaratados, y mataron de ellos gran cantidad».

Este episodio significó un retroceso en la Conquista, la que
recomenzó en 1543, con la llegada de nuevos recursos enviados
por el virreinato del Perú.

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