El apasionado caudillo de la época de la Reconquista, Manuel
Javier Rodríguez Erdoíza, nació en la ciudad de Santiago el
25 de febrero de 1785, convirtiéndose en uno de nuestros
héroes patrios de las más diversas aventuras, donde demostró
su astucia, su valor, su generosidad, pero por sobre todo, el
ingenio socarrón de nuestro pueblo.

Rodríguez nació de la unión de la peruana María Luisa
Erdoiza y Aguirre, viuda y vuelta a casar con el joven
español Carlos Rodríguez Herrera y Zeballos, quienes lo
matricularon en el Colegio Carolino a los cinco años de edad,
pero debido a la situación económica de sus progenitores,
debió acogerse a una de las cuatro becas que ofrecía el
establecimiento.

Allí comenzó a cultivar su amistad con José Miguel Carrera
Verdugo, de quien además era vecino. Separados por diez meses
de edad, juntos hicieron la “cimarra”, recorriendo no solo el
barrio, sino todo Santiago y las huertas que rodeaban la
ciudad y luego iban a dar con su pandilla a la Plaza de
Armas.

Sin embargo, egresó del colegio a los 16 años de edad, con
muy buenas calificaciones, destacándose por su oratoria
rápida y fulminante, mezclada con un tono histriónico, que
terminaba siembre diciendo la última palabra. Así fue que se
inscribió en la Real Universidad de San Felipe, para estudiar
Cánones y Leyes.

En esa época, además de estudiar, se dio tiempo para asistir
a las riñas de gallos y a las chinganas. Adicionalmente,
cultivó el manejo del corvo y los juegos populares.
Considerado un buen bailarín, se destacó en la zamacueca, las
contradanzas y el minuet, todos bailes de moda. Con estas
cualidades, agregadas a su agraciada fisonomía, logró
conquistar a todas las damas que se le cruzaron en su camino.

Paralelamente, se hizo asiduo a las tertulias en que algunos
privilegiados leían obras prohibidas con el pensamiento de
los intelectuales franceses. También participó en los
comentarios políticos que se desarrollaban en las peñas del
Portal de Sierra Bella.

A pesar del tiempo dedicado a las actividades señaladas
anteriormente, como alumno universitario fue destacado. Luego
de brillantes exámenes, se recibió de bachiller en Cánones y
Leyes. Prestó el juramento de rigor y se convirtió en un
flamante abogado a los 24 años de edad, en 1809.

Terminada su carrera, Rodríguez se mantuvo ocupado en ganar
dinero con su profesión de abogado, y en ir sembrando las
ideas libertarias en los corrillos. El resto de su tiempo lo
compartió entre su afición al bello sexo y a los juegos de
naipes y trucos.

Pero en 1811 se presentó para obtener un doctorado, sin
embargo el grado se concedía mediante el pago de trescientos
pesos que Rodríguez no tenía. Como su pobreza era implacable,
ofreció desempeñar gratuitamente los interinatos en las
cátedras de cánones, leyes decreto e instituta, propuesta que
no fue aceptada por sus incipientes ideas independentistas.

Este hecho y los acontecimientos que estaban ocurriendo en
el país lo decidieron a cambiar la toga de jurisconsulto por
la espada de “guerrillero”, comenzando su vida pública el 11
de mayo de ese mismo año, cuando fue nombrado Procurador de
la ciudad de Santiago.

Por ese tiempo Rodríguez era un patriota moderado y en ese
cargo tuvo la oportunidad de tratar a muchos hombres notables
y de arraigar sus ideas revolucionarias, las que se
acentuaron con la llegada a Chile de Carrera, en julio de
1811, su antiguo condiscípulo.

Así, el 4 de septiembre el mismo año, Rodríguez fue elegido
Diputado por la ciudad de Talca. Luego, el 15 de noviembre
desempeñó igual cargo por Santiago. A esto le siguió el
inicio de su carrera militar el 2 de diciembre, fecha en que
se incorporó al Ejército con el grado de Capitán, y fue
designado por Carrera como su secretario.

Pero a comienzos de 1913 empezó a enfriarse la amistad con
Carrera y Rodríguez junto con sus hermanos Carlos y Ambrosio,
este último Capitán de la Gran Guardia, se transformaron en
críticos de los rumbos gubernamentales. Esto llevó a que los
tres hermanos fueran apresados y enjuiciados por conspirar
contra Carrera.

Entonces, Rodríguez alegó en el tribunal con argumentación
irrebatible, pero de todas maneras fue condenado a un año de
destierro en la isla de Juan Fernández. Sin embargo, el 19 de
marzo presentó un documento, haciendo ver la imposibilidad de
cumplir tal condena, a causa de un doloroso absceso y el
castigo no pasó de ser un golpe de autoridad.

Al año siguiente los viejos amigos se volvieron a encontrar
y en agosto de 1814, Rodríguez ocupó el cargo de Secretario
de Gobierno y Hacienda. Pero luego del Desastre de Rancagua,
ocurrido en octubre de ese año, ambos huyeron, como el resto
de los patriotas, a Argentina.

Rodríguez llegó a Mendoza, dedicándose a redactar bandos y
pregones para la imprenta del chileno y amigo de Carrera,
Diego José Benavente Bustamante. Así fue que el Gobernador de
Cuyo, el General José de San Martín Matorras, lo conoció y
por sus cualidades le ofreció el cargo de “montanero”.

Rodíguez aceptó la propuesta y atravesó la Cordillera por
Colchagua, convirtiéndose en el quinto hombre destinado para
esta función. Llegó a Chile en 1815, realizando infinidad de
proezas, para las cuales utilizó los ardides más ingeniosos,
con el fin de penetrar a los lugares ocupados por los
españoles y ponerlos en ridículo.

Se cuenta que, perseguido por tropas realistas, se refugio
en el convento de Apoquindo de los frailes domínicos, y que
disfrazado de monje, condujo a sus perseguidores por todas
las dependencias del recinto.

También se sostiene que en una oportunidad, fingiendo ser un
pordiosero, llegó a abrir la puerta del carruaje que conducía
el Gobernador Francisco Casimiro Marcó del Pont Ángel Díaz y
Méndez, quien por agradecimiento por aquel gesto, habría
llegado a darle una propina.

En otro hecho, se dice que al encontrarse Rodríguez en una
zona rural, habría simulado ser un campesino castigado en el
cepo por su embriaguez, para despistar a quienes lo
perseguían.

Sin embargo, también demostró sus condiciones militares
cuando en enero de 1817, estando próxima la llegada del
Ejército Libertador, asaltó el poblado de Melipilla y al mes
siguiente, el 12 de febrero el mismo día de la batalla de
Chacabuco, se tomó la ciudad de San Fernando, proclamándose
Jefe Superior de las provincias de Colchagua y con sus
“guerrilleros” distrajo a las fuerzas realistas.

Luego el 23 de junio de ese año, San Martín le extendió el
nombramiento de Teniente Coronel y lo agregó al Estado Mayor
del Ejército. En noviembre del mismo año, el Gobierno del
Director Supremo Bernardo O’Higgins Riquelme, lo declaró
“Benemérito de la Patria”, en virtud de los grandes servicios
prestados a la causa de la libertad del país. Al mes
siguiente fue nombrado “Auditor de Guerra del Ejército”.

Al año siguiente, tras la derrota de los patriotas en la
Sorpresa de Cancha y Rayada, batalla ocurrida el 19 de marzo
de 1818, el pánico se apoderó de la ciudad de Santiago y una
vez más Rodríguez fue el alma de la Patria, recorriendo las
calles, y animando al pueblo.

Así, el día 23 reunida la Asamblea conjuntamente con el
Cabildo, Rodríguez se dirigió a los presentes, con la frase
memorable: “!Aún tenemos Patria, ciudadano!”. Fue tal la
ovación que recibió, que la Asamblea lo designó Director
Supremo, creyendo que O’Higgins había muerto y San Martín
huido a Mendoza.

El mismo día que asumió su cargo Rodríguez organizó la
ciudad y creó el escuadrón “Húsares de la Muerte”, del cual
se nombró su Comandante, con el grado de Coronel. Pero al día
siguiente, llegó a la Capital O’Higgins y asumió el cargo de
Director Supremo.

Una vez que retornó la tranquilidad, luego de la Batalla de
Maipú, desarrollada el 5 de abril, se ordenó la disolución de
los Húsares de la Muerte y Rodríguez fue detenido en el
cuartel de San Pablo, de donde fue sacado el 25 de mayo. Se
dijo que era para ser trasladado a Valparaíso y que allí se
formalizaría su deportación.

Por somosfutrono

Somos un medio de comunicación que difunde el respeto al medio ambiente y los pueblos originarios; NOTICIAS , ACTUALIDAD, COMPROMETIDOS CON LA VERDAD.