En la Hacienda de Montalván, en el valle de Cañete, Perú
falleció el 21 de abril de 1839 Isabel Riquelme de la Barrera
de Meza y Ulloa, a la edad de 80 años, quien merece ser
llamada la Primera Dama de la historia de Chile, por haber
sido la forjadora del forjador de nuestra independencia,
Bernardo O’Higgins Riquelme.

Isabel, junto a sus nueve hermanos, formó parte de una de las
familias más importantes de Chillán, siendo su padre Regidor
del Cabildo de aquella ciudad. La inglesa María Graham, la
describió como una persona amable, de refinados modales,
juvenil y hermosa, a pesar de su baja estatura.

A los 18 años de edad, en 1777, conoció en la casa de sus
padres al irlandés Maestre de Campo, General del Reino de
Chile y Coronel del Ejército, Ambrosio O’Higgins; 39 años
mayor que ella, de quien se enamoró. Un año más tarde nació
su hijo, que llegó a ser el Padre de la Patria.

Cabe consignar que, nunca se casó con el padre de su hijo,
probablemente por el interés del oficial irlandés, en
proteger su promisoria carrera administrativa, ya que en esa
época las leyes españolas prohibían a los funcionarios
públicos contraer matrimonio con mujeres criollas de los
territorios bajo el dominio del Imperio. Esto sólo era
posible con la previa autorización del Rey y no hay
constancia de que el Coronel, futuro Gobernador de Chile y
Virrey del Perú, hubiera solicitado tal permiso.

Siguiendo las costumbres de la época, durante su embarazo,
Isabel fue recluida en la estancia de Papal, de propiedad de
sus progenitores situada en Chillán, lugar donde nació
Bernardo, permaneciendo allí por cuatro años. Luego, en 1782
fue enviado por Ambrosio a Talca, a casa del matrimonio de su
amigo, Juan Albano Pereira y Bartolina de la Cruz, quienes
vivían en una hacienda cercana a la ciudad.

Allí Bernardo encontró afecto hogareño y solícitos cuidados,
siendo bautizado un año más tarde por el párroco Pedro Pablo
de la Carrera «bajo condición», con el nombre de Bernardo
O’Higgins, sirviendo de padrinos el mismo matrimonio. En el
acta quedó constancia que su padre era O’Higgins y su madre
“una señora principal del obispado de Concepción”.

Mientras tanto, Isabel contrajo matrimonio en 1780 con Félix
Rodríguez Rojas y de esta unión nació su hija Rosa, quien en
la época de la Independencia adoptó el apellido de su medio
hermano O’Higgins. Este matrimonio sólo duró dos años, pues
Rodríguez murió 1782, dejando viuda a la joven mujer.

Cabe señalara que, Isabel siempre se preocupó de su hijo,
concurriendo continuamente a visitarlo cuando estuvo
internado en el colegio de naturales de Chillán. Lo recibió
cuando terminó sus estudios en Lima y sólo cuando el joven se
radicó en forma definitiva en Chile, al término sus estudios
en Inglaterra, pudieron desarrollar una relación filial más
completa. Muchas son las epístolas que O’Higgins escribió a
su madre desde su residencia en Lima y en Londres, en las que
se evidencia el profundo amor que sentía por ella.

Así, al retornar a la Patria su hijo O’Higgins, a principios
de 1802, se dedicó a las labores agrícolas en la Hacienda de
Las Canteras al sur de Chile, heredada de su padre en 1801, e
Isabel junto a su hija Rosa se fueron a vivir con él, época
en que la familia se reencontró. El trabajo fue fructífero y
en 1810 el campo llegó a contar con 20 cuadras de viñas,
cierres, bodegas, vasijas, una excelente casa habitación, 8
mil 900 animales de vacuno, mil 600 caballares y 5 mil ovejas
y cabríos.

Pero su hijo no sólo se dedicó a la agricultura, el espíritu
revolucionario de éste lo llevó a ocupar distintos cargos
públicos y en 1810, luego de la Primera Junta de Gobierno,
Isabel acompañó a Bernardo en la lucha por la Independencia
de Chile, dándole ánimos para continuar en la tarea
emprendida. Lo siguió entre 1814 y 1817 hacia el exilio
radicándose en Mendoza, luego del Desastre de Rancagua.

La experiencia fue dura por las estrecheces económicas que
debió padecer. Incluso, algunos autores destacan que junto a
Rosa se dedicaba a la fabricación de cigarrillos, que luego
eran vendidos para ayudar a sufragar los gastos que debían
enfrentar. Retornó a Chile luego de la victoria de Chacabuco,
en febrero de 1817, y vivió junto a su hijo en el Palacio
Directorial.

El amor a su hijo lo demostró nuevamente en 1823, cuando
siendo exiliado O’Higgins, lo acompañó a Perú, instalándose
hasta su muerte en la Hacienda de Montalván. Parte de la
comitiva que la acompañó estaba compuesta por su hija Rosa,
su nieto Demetrio, hijo del Libertador con Rosario Puga,
además de su “nana” Patricia Rodríguez de origen pehuenche y
las dos hijas de ésta.

Allí permaneció hasta su muerte, hecho ocurrido en abril de
1839. Luego de 108 años sus restos fueron repatriados en 1847
y sepultados en la cripta de los arzobispos de la Catedral de
Santiago. Posteriormente, en agosto de 1993 fueron
trasladados a Chillán, su ciudad natal.

Por somosfutrono

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