El Presidente Carlos Ibáñez del Campo legalizó la fiesta de
los trabajadores, firmando el decreto que declaró feriado
para los servicios públicos el 1 de mayo del año 1930, como
un homenaje a la fiesta del trabajo. Posteriormente, en 1955,
en la Plaza del Vaticano, el Papa Pío XII declaró este día,
como el día de San José, el Trabajador.

Sin embargo, esta fecha comenzó a forjarse en los Estados
Unidos en el siglo XIX, alrededor de 1874, cuando los
trabajadores ferroviarios llevaron a cabo una huelga que por
semanas involucró a 17 Estados, para conseguir una jornada de
trabajo de ocho horas. Finalmente, se creó en 1881 la
Federación Americana del Trabajo “American Federation Labor”
(AFL).

La AFL intentó en distintos Congresos efectuados conseguir la
jornada de ocho diarias, pero al no obtener resultados de las
autoridades, decidieron en 1886, realizar una huelga general
el 1 de mayo. El día señalado, la consigna ya estaba en boca
de la mayoría de los trabajadores: «Ocho horas de trabajo,
ocho de reposo y ocho para la recreación».

Así fue que el 1 de mayo de 1886, en los Estados Unidos se
declararon cinco mil movimientos laborales, logrando muchos
de ellos, el reconocimiento legal de su nueva jornada de
trabajo. Sin embargo, hubo disturbios en algunas ciudades,
produciéndose nueve muertos en la localidad de Milwaukee y
enfrentamientos callejeros entre policías y manifestantes en
Filadelfia, Louisville, St. Louis, Baltimore y Chicago.

Pero los hechos de mayor violencia ocurrieron el 4 de mayo,
fecha en que se acordó una movilización, conocida como el
mitin de “Haymarket”, donde el número de manifestantes se
elevó casi a 3 mil, siendo los oradores: Hessois Auguste
Spies, Albert Parsons y Samuel Fielden, todos vinculados a
grupos anarquistas y socialistas.

Si bien, en esta reunión, los discursos fueron moderados y el
acto transcurrió sin incidentes; cuando estaba finalizando,
se hizo presente la policía, quien solicitó la retirada de
los manifestantes. Entonces, un desconocido lanzó un objeto
contra el grupo que intentaba dispersarlos, provocando la
muerte de un oficial, y varios policías quemados.

La respuesta policial no se hizo esperar y pasado el
desconcierto inicial abrieron fuego contra la multitud. El
saldo fue 38 muertos y 115 heridos. La represión se extendió
a todo Chicago, por lo que las autoridades determinaron
Estado de Sitio.

Fueron detenidas más de mil personas, pero sólo a un pequeño
grupo se inculpó por la bomba lanzada a los policías en el
mitin de “Haymarket”. Ellos fueron: Spies periodista de 31
años; Michael Schwab, 33 tipógrafo encuadernador de 33 años;
Georges Engel tipógrafo y periodista de 50 años; Adolf
Fischer periodista de 30 años; Louis Ling carpintero de 22
años; Samuel Fielden pastor metodista y obrero textil de 39
años; Oscar Neebe periodista socialista de 38 años.

Todos ellos, menos Parsons, fueron arrestados en pocos días y
cada una de las detenciones fue acompañada de grandes
despliegues policiales que dejaban al descubierto arsenales,
municiones, depósitos de bombas, dinamita, y literatura
anarquista. Mientras que en la primera audiencia del juicio
se entregó voluntariamente Parsons.

El 20 de agosto el jurado dictó sentencia: pena de muerte
para siete de los acusados y 15 años de trabajo forzado para
Neebe. Desde ese momento comenzaron las apelaciones en las
distintas instancias, a las que se fueron sumando las
presiones nacionales e internacionales en demanda de indultos
o de un nuevo proceso.

Estos movimientos lograron en septiembre de 1887 la
conmutación de dos de las penas de muerte, la de Fielden y
Sollwab por prisión perpetua. Sin embargo, en vísperas de la
ejecución, de la condena a la horca, se produjo la muerte de
Louis Ling, la que fue denunciada como suicidio. Finalmente,
el 11 de noviembre de ese año, la fecha elegida para la
ejecución, murieron Fischer, Engel, Parsons y Spies.

Por este hecho, junto a las grandes conquistas que, honrando
el esfuerzo del hombre, ha alcanzado la humanidad,
persiguiendo esa suprema idealidad que se llama justicia
social, el Congreso Mundial de los Trabajadores, reunidos en
París, el 1 de mayo de 1890, dispuso la conmemoración del “1
de mayo” como el “Día de los Trabajadores”, para todo el orbe
civilizado.

En este día se honra a todos los trabajadores, quienes crean
riqueza y con ella progreso y, con ambos, la paz y el
bienestar de su país. La armonía entre el empresariado y los
trabajadores son capaces de construir una existencia más
feliz y duradera.

En los países desarrollados como los Estados Unidos y otros,
los dirigentes de los trabajadores, con gran sentido
práctico, han tenido el talento de buscar fórmulas apropiadas
para una mejor distribución de la riqueza, sin pretender el
absurdo de arruinar las empresas, sino por el contrario,
dando su esfuerzo y su colaboración para que ellas tengan
cada día más prosperidad.

En un mundo globalizado como el actual, sostener el “fantasma
de la lucha de clases”, en lugar de propiciar la armonía
entre todas las personas, es un absurdo, que no podemos dejar
prosperar, porque contribuye a envenenar el ámbito de nuestra
convivencia democrática. En cambio, la armonía entre todos
los sectores sociales y la mutua comprensión entre todos
ellos, sí que es capaz de construir una existencia más feliz
y duradera.

Por somosfutrono

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