En la ciudad de París falleció el 15 de mayo de 1929, la
primera escultora chilena Rebeca Matte Bello, a la edad de 53
años, sumergida en el dolor que le provocó la muerte de su
hija, solo tres años antes. En 1931 sus restos fueron
repatriados y sepultados junto a los de su hija.

Rebeca dominó en las obras de escultura el ritmo del dolor,
cristalizado en formas y líneas de pureza divina y de una
profundidad apocalíptica, paranoica y dantesca. En este
estilo propio creó una escultura estandarizada en el dolor,
que parece ser la mariposa que se desenvuelve en su
espíritu.

Su obra más reconocida es «Los aviadores», cuya réplica está
en el frontis del Museo Nacional de Bellas Artes, pues el
original se encuentra en Brasil. Esta obra muestra el
episodio más dramático del mito de Icaro y Dédalo, con el
estilo particularmente doloroso que Matte impuso a muchas de
sus obras.

Entre sus numerosas esculturas destaca, «El Monumento a los
Héroes de la Concepción», que le confió el Gobierno de Chile
en 1920. Según la opinión de la mayor parte de los críticos
de arte, la más bella estatua con que cuenta la ciudad de
Santiago.

«El Eco», también ubicada en el Museo Nacional de Bellas
Artes, es una creación de lo simbólico: una bella figura
femenina desnuda, escuchando voces lejanas o interiores.

«Horacio», escultura en mármol blanco, es una obra de
juventud temprana que muestra las condiciones técnicas de la
autora junto a la magnificación de elementos dramáticos en la
postura de la figura; también se encuentra en el Museo
Nacional de Bellas Artes.

Una de sus más notables obras es «Crudo Invierno», busto de
un hombre altanero y sufrido, de gran expresividad. Otras de
sus obras son «Hamlet» con su escepticismo doloroso; los
ciegos y su terror al vacío, los monjes: «Militza», «Ulises»
y «Calipso», que se encuentran en el Club de la Unión de
Santiago; el monumento «La Guerra» donando al Palacio de la
Paz de La Haya; el «Encantamiento», que admiró el Salón de
París.

Rebeca Matte, nació en la ciudad de Santiago el 29 de octubre
de 1875, bajo el signo de la tragedia que la marcó a lo largo
de toda su vida. De hecho cuando llegó al mundo, su madre
enloqueció, quedando sumida en una amnesia total, de la cual
nunca se repuso. Vivió recluida en la antigua chacra Lo
Sánchez, propiedad de Matte, hasta su muerte en 1923, solo
seis años antes que la escultora.

Por esta razón, Rebeca se educó en sus primeros años, en casa
de su abuela materna Rosario Reyes de Bello, descendiente de
Andrés Bello López. El lugar era un verdadero centro
intelectual, donde concurrían destacados hombres como José
Victorino Lastarria Santander, los hermanos Amunátegui
Aldunate y Alberto Blest Gana, entre otros.

Posteriormente, acompañó a su padre, el diplomático Augusto
Matte Pérez, formándose completamente en Europa. Sus estudios
de escultura los inició en Roma, con el maestro Gulio
Monteverde y los continuó luego en la Academia de la Villa
Medicis y en la Academia Julien de París.

A los 15 años, en 1890, ya revelaba la potencialidad de la
belleza. Como mujer y artista subió a la cumbre del
sentimiento y del ideal. Recibió Primera Medalla en el Salón
de París de 1900, y diversas condecoraciones en los Estados
Unidos, Italia y Chile.

En esa misma época, se casó con el joven diplomático Pedro
Felipe Iñíguez Larraín. De este matrimonio nació Lily, fuente
de inmensa alegría para la escultora, y cuya crianza la
mantuvo alejada de su taller por varios años.

Hacia 1912, Rebeca Matte retomó su trabajo de escultora, y
produjo una serie de obras en mármol y bronce, que destacan
por su madurez artística y técnica. De ellas brota esa
tensión a la vez doliente e indomable, que caracteriza su
producción.

Un año más tarde, el padre de Rebeca murió en Berlín en 1913.
Sus restos descansan junto a su esposa en un monumento ideado
por Matte y en cuya puerta se exhibe la estatua del «Dolor»,
una de las más atrevidas concepciones de la escultora.

Tras breves estancias en Chile, la artista se estableció en
Italia y fue nombrada profesora en la Academia de Bellas
Artes de Florencia, cargo que nunca antes había sido otorgado
a un extranjero y menos a una mujer.

Fue en Florencia donde se manifestó con más violencia la
tuberculosis de Lily, que su madre le había contagiado.
Trasladada a un sanatorio en Los Alpes suizos, la joven
finalmente falleció en 1926, dejando a Rebeca Matte sumida en
el mayor de los sufrimientos.

Rebeca con su marido viajó a Chile para traer los restos de
su hija y fundó un hogar para niños huérfanos en memoria de
su primogénita; también donó parte de sus obras al Museo
Nacional de Bellas Artes. No volvió a crear, y dedicó sus
últimos años de vida a editar los versos que había escrito su
hija, y a fundar varias instituciones de beneficencia en su
nombre.

Los Iñíguez Matte estuvieron tres años en Chile. Rebeca había
perdido las ganas de vivir, por lo que decidieron regresar a
Francia, donde la escultora encontró a la muerte. En honor a
su memoria, en 1992 fue creada la distinción «Rebeca Matte»,
reconocimiento dado a las escultoras chilenas que alcanzan
prominencia debido a su gran talento, como hizo en su tiempo
esta escultora.

Por somosfutrono

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