El Libertador y Padre de la Patria, Bernardo O’Higgins
Riquelme, nació en la ciudad de Chillán el 20 de agosto de
1778. Luego de estudiar en Perú e Inglaterra regresó a su
patria en donde se dedicó de lleno a fomentar la causa para
independizarse de la Corona española.

Su madre, Isabel Riquelme y Meza, era hija del Regidor del
Cabildo de Chillán, una de las familias más aristocráticas e
importantes de esa ciudad. Su padre, el Coronel de caballería
Ambrosio O’Higgins, era de origen irlandés, y trabajaba para
los reyes de España por sus principios católicos.

Isabel de 18 años conoció al irlandés, 39 años mayor que
ella, en la casa de sus padres, quienes hospedaron a Ambrosio
en su hogar en uno de los viajes. Al año siguiente nació
Bernardo, pero sus padres nunca se casaron. Probablemente por
el interés de O’Higgins de proteger su promisoria carrera
administrativa, ya que en esa época las leyes españolas
prohibía a los funcionarios públicos contraer matrimonio con
jóvenes criollas de los territorios bajo el dominio del
Imperio.

Esto solo era posible con la autorización del Rey y no hay
constancia de que el irlandés hubiera solicitado tal permiso.
Así, Isabel continuo bajo el techo paterno y Ambrosio
continuó con su carrera que lo llevó a ocupar el cargo de
Gobernador de Chile, diez años más tarde en 1788.

La familia de la joven tuvo especial cuidado en ocultar este
nacimiento, por lo que poco se sabe del “Padre de la Patria”
en sus primeros años. Se tiene constancia que vivió en Talca
en la casa de un acaudalado comerciante, Juan Albano Pereira
y que Bernardo recibió los cuidados y cariños de su esposa,
Bartolina de la Cruz.

Luego, en 1783, a los cinco años de edad, fue bautizado en la
iglesia parroquial de Talca, dejándose expresa constancia de
que era hijo de Ambrosio y de una «señora principal del
obispado de Concepción», sin señalarse algún dato más
específico que permitiera ubicar a la madre.

Al sumir el padre el cargo de Gobernador, envió a su hijo a
estudiar a Chillán y lo colocó en la sección para españoles
nobles anexa al colegio de naturales de los padres
franciscanos. Dos años más tarde en 1790, por disposición de
su progenitor también, fue enviado a Lima e internado en el
colegio Del Príncipe. Luego, fue trasladado al Convictorio de
San Carlos, un establecimiento destinado a la aristocracia
limeña, siendo matriculado como Bernardo Riquelme.

Ambrosio que deseaba que su hijo estudiara en Inglaterra, lo
envió en 1795 primero a Cádiz recomendado a unos amigos y de
allí al Reino Unido, donde se estableció en la ciudad de
Richmond. A esas alturas Bernardo tenía 17 años de edad. El
estar en tierras extrañas con un idioma diferente la vida se
le hizo difícil, agravada por problemas económicos. Si bien
su padre le asignó una remesa anual que le permitía vivir
decentemente ya sea por problemas en el envío o por otras
razones llegó a pasar penurias.

En la pensión que se hospedaba, compartía junto a otros
estudiantes su condición de extranjero. Pero era el más
extraño de todos ellos. Oriundo de un país llamado Chile, que
nadie conocía ni remotamente, e hijo de un poderoso magnate
de las Indias que acababa de ser nombrado Virrey del Perú, le
daba un especial halo de misterio.

Buen alumno, estudioso y dedicado, muy pronto llegó a dominar
el inglés, a destacarse en literatura francesa y a progresar
en historia y geografía, además encontró tiempo para
dedicarse a la plática y las tertulias. A pesar de ser un
hombre callado, de actitud triste y extremada pobreza logró
conquistar a Carlota Eeles hija del dueño de casa.

En los último años de vida de O’Higgins recibió una carta de
la madre de Carlota que le decía: . «Vivo pobre y con la
salud quebrantada por los continuos pesares. La muerte de mi
esposo inició el derrumbe de la familia y mi bella hija no
pudo nunca soportar el rudo golpe. Ella rechazó todo
ofrecimiento de matrimonio y retuvo hasta el último un gran
cariño por usted.”

También, estando en Inglaterra, conoció a Francisco de
Miranda, el precursor de la independencia de América, quien
le inculcó, al igual que a varios otros jóvenes americanos,
la idea de la Independencia y el amor a la libertad.

Con esas ideas a fines de 1799 se embarcó de Londres a Cádiz,
pero los ingleses capturaron el barco y se convirtió en el
intérprete de esa situación, donde gracias a su nacionalidad,
fue dejado libre en Gibraltar y de allí retornó a Cádiz.
Pero, en ese lugar un ataque de fiebre amarilla lo tuvo en
las puertas de la muerte. Cuando se estaba recuperando, una
carta de su madre le informaba que había fallecido Simón
Riquelme, su abuelo.

A su vez, su lejano padre, quien nunca le escribió durante su
estadía en Inglaterra, Ambrosio O’Higgins, había sido
destituido del Virreinato y en esa tan grave situación,
Bernardo había tenido indirectamente su cuota de
responsabilidad.

Ello solamente quedó claro para el joven cuando Nicolás, el
dueño de casa en Cádiz, lo echó por órdenes de Ambrosio, y la
razón no tardó en conocerla. En la corte de España se había
sabido de los planes revolucionarios de Miranda y que uno de
los cómplices era nada menos que el propio hijo bastardo del
Virrey.

Ambrosio fue depuesto de su cargo y esto sumado a sus ochenta
años, provocó su muerte en marzo de 1801. Aunque nunca lo
reconoció legalmente como hijo, le legó sus bienes en Chile;
una casa en Santiago y el extenso campo de “Las Canteras” con
tres mil vacas.

Finalmente, en abril de 1800, O’Higgins se embarcó a Buenos
Aires, llegando a Chile a principios de 1802, fecha en que se
dedicó a su campo con bastante éxito, porque en 1810, tenía
20 cuadras de viñas, una excelente casa de fundo, 8 mil 900
vacas, mil 600 caballos y 5 mil ovejas. Aunque dedicado a su
tierra, no perdió su propósito de difundir el espíritu
revolucionario.

Formó grupos de jóvenes sobre los que ejercía gran influencia
por su cultura europea y por el enorme prestigio de que había
gozado su padre en el sur. En 1804 fue nombrado Alcalde de
Chillán; dos años más tarde Maestre de Campo de la misma
ciudad y en 1810, Sub-delegado de la Isla de Laja.

Participó en reuniones con Juan Martínez de Rozas Correa, que
como representante de la Logia de Cádiz preparaba el ambiente
para la Independencia. Consciente de su falta de preparación
militar, le pidió al Coronel Juan Mackenna, irlandés y amigo
de su padre, que le instruyera sobre los conocimientos que
carecía. Con ellos organizó a los campesinos de su hacienda
para el combate y en Chillán formó un cuerpo militar de
insurgentes.

Aún cuando no participó en los movimientos revolucionarios de
José Miguel Carrera Verdugo del 4 de septiembre, 15 de
noviembre y 2 de diciembre de 1811, concordó con ellos
participando en la Junta de Gobierno.

En 1813 los realistas se vengaron de su participación en los
movimientos de emancipación, quemando las casas de su
hacienda, talando sus campos y tomando prisioneras a su madre
y media hermana, Rosa.

Esto provocó que O’Higgins tomara un papel más activo, y así
cuando participó en la batalla de “Los Robles”, en octubre de
1813 bajo las órdenes de Carrera, quien debió huir a nado
para evitar caer prisionero, en medio de la confusión, surgió
O’Higgins quien tomando un fusil de un soldado muerto y al
grito de: “O vivir con honor o morir con gloria”. “El que sea
valiente que me siga”, cargó con singular arrojo y valentía
sobre las fuerzas realistas, convirtiendo la derrota de los
primeros momentos, en una victoria para los patriotas.

Luego participó con éxito en distintas batallas contra las
fuerzas españolas, pero estuvo en desacuerdo con el golpe al
poder dado por Carrera en julio de 1814. Por esta razón,
ambos patriotas se enfrentaron en agosto en el combate de
Tres Acequias, donde O’Higgins fue derrotado y se refugió en
la hacienda de Paula Jaraquemada.

Pero en esa fecha desembarcó el Brigadier español Mariano
Osorio y avanzó hacia Talca, por lo que los patriotas se
unieron nuevamente y O’Higgins subordinó sus fuerzas a las de
Carrera. Luego en octubre de 1814 tuvo lugar el Desastre de
Rancagua y los patriotas tuvieron que emigrar a Mendoza para
preparar la reconquista.

O’Higgins se exilió junto con su madre y hermana. Al otro
lado de la cordillera, se encontró con quien fue, desde ese
momento, uno de sus mejores amigos, el General José de San
Martín Matorras y juntos emprendieron la preparación del
Ejército de los Libertador.

En febrero de 1817, devuelta en Chile, este ejército triunfó
frente a las fuerzas españolas en la batalla de Chacabuco.
Una vez en Santiago, San Martín fue elegido como Director
Supremo, pero renunció al nombramiento dejando a O’Higgins en
el cargo.

Dada la situación de guerra que aun se mantenía, no se
estableció ninguna limitación al ejercicio del poder. Al año
siguiente en 1818, llegaron las fuerzas del General realista
Mariano Osorio quien triunfó sobre los patriotas en Cancha y
Rayada dejando herido a O’Higgins, pero San Martín pudo
detener el impulso realista en Maipú, el 5 de abril del mismo
año.

El gobierno de O’Higgins no fue fácil debido a que había que
iniciar una profunda transformación en la sociedad chilena.
Tras la Batalla de Maipú, se dictó un Reglamento
Constitucional, se restablecieron las instituciones creadas
durante la Patria Vieja, clausuradas por los realistas, como
el Instituto y la Biblioteca Nacional.

Por iniciativa de O’Higgins se creó el Cementerio General en
Santiago y se iniciaron los trabajos en La Cañada, ahora
llamada Alameda Libertador Bernardo O’Higgins. También fue
construido el Mercado de Abastos, actual Mercado Central y el
Cementerio de disidentes de Valparaíso.

Se prohibió el uso de títulos nobiliarios, de escudos de
nobleza y se estableció una nueva modalidad de distinción
social con la Legión al Mérito. También se prohibieron las
corridas de toros y las peleas de gallo. Adicionalmente,
durante su gobierno se creó la Bandera e Himno Nacional. Se
fundaron la Escuela Militar y la Escuela de Grumetes, actual
Escuela Naval.

Se construyó la primera empresa de navegación, se
establecieron los aranceles de aduana y se buscó convertir a
Chile en la primera potencia marítima del Pacífico. O’Higgins
trabajó para que Chile fuera reconocido país independiente
internacionalmente, pero solo consiguió ser reconocido por
Estados Unidos en 1820 y Portugal en 1822.

Con el correr del tiempo la aristocracia, paulatinamente, fue
manifestando su disconformidad con las nuevas líneas
liberales que se imponían y empezaron a surgir voces de
descontento. O’Higgins, entonces, estableció un nuevo texto
constitucional, el de 1822, que le permitiría gobernar ahora
con un plazo fijo, lo que no estaba establecido en el de
1818.

Sin embargo, esto no fue suficiente para calmar los ánimos y
en enero de 1823 el Director Supremo debió abdicar ante una
asamblea de notables, para no arrastrar al país a una guerra
civil. Su patriotismo fue reconocido por la audiencia, porque
al retirarse de ella lo hizo en medio de gritos de: «¡Viva
O’Higgins!».

Una vez más, pero ahora con 45 años de edad, O’Higgins, vio
desde la cubierta del barco alejarse las costas de su patria.
Era el 17 de julio de 1823 y el Libertador iba hacia el
destierro en Perú. Lo acompañaron su madre, Isabel, su
hermana Rosita, su pequeño hijo Pedro Demetrio, que hasta
entonces lo había mantenido oculto, y tres niñitas indígenas
que Bernardo había adoptado.

En Lima, el gobierno peruano le obsequió las haciendas de
Montalbán y Cuiba, de las que tomó posesión en 1824,
dedicándose a las labores agrícolas. Sin embargo, el militar
continuó vivo, y O’Higgins también prestó servicios al
General Simón Bolívar en las últimas campañas que consagraron
la independencia sudamericana.

Desde el exilio, suerte común a todos los libertadores de
América, ayudó a su amigo San Martín, quien vivía en Francia.
En su hacienda recibió a los distintos chilenos que viajaban
a visitarlo, consultaba sobre el estado del país, pero en los
momentos más difíciles se negaba a volver a él, para no
convertirse en un factor de quiebre de la sociedad.

Otros le escribían en los siguientes términos: «El ejército
indisciplinado, la hacienda pública en bancarrota, la nueva
Constitución Política en completo fracaso, las facciones
luchando unas contra otras, y en medio de todo esto, el
Presidente imponente para contener el derrumbe», y lo
instaban seriamente a regresar para ponerse al frente de los
descontentos.

Ante esa posibilidad, el Presidente Manuel Blanco Encalada,
juzgó a O’Higgins como un conspirador en contra del orden y
la integridad de la patria, pidiéndole al Congreso que lo
declarara fuera de la ley. A lo que José Miguel Infante Rojas
respondió: «Cualesquiera que sean las faltas y los errores de
ese hombre, cuya política interna yo he condenado y condeno,
no debemos olvidar que él fue el fundador de nuestra
independencia».

Estas palabras lograron calmar a los legisladores, pero las
numerosas tentativas de sus seguidores fueron en vano para
lograr su regreso y los años se fueron pasando a la espera de
ese instante. Gracias a las gestiones de Manuel Bulnes
Prieto, en septiembre de 1839 recibió el aviso que se le
había reintegrado su título de Capitán General, que logró
sacarlo de su abatimiento.

Por fin llegó el llamado de la patria a través de Bulnes
recién nombrado Presidente y de inmediato se dispuso a
embarcar el 27 de diciembre de 1841en el vapor Chile, sin
embargo, un fuerte ataque al corazón le impidió el regreso.

Sus malestares continuaron hasta el 24 de octubre de 1842, a
los 64 años, cuando lejos de su patria, partió a la
inmortalidad el Libertador de Chile, quien en vida alcanzó
los grados de Capitán General del Ejército de Chile,
Brigadier de las Provincias Unidas del Río de La Plata y Gran
Mariscal del Perú.

Sus restos fueron enterrados en Lima y repatriados en 1868
por una comitiva encabezada por Manuel Blanco Encalada, y
enterrados en el Cementerio General. En 1978 fueron
trasladados al Altar de la Patria, ubicado en plena Alameda,
en Santiago.

Sólo dos mujeres dejaron huella en él, Rosario Puga, que
luego del nacimiento de Pedro Demetrio continuó con su vida
cortesana en otros brazos, porque O’Higgins sólo había sido
un mero episodio en su vida. Y Carlota Eeles, la inglesa de
Richmond, hija del dueño de la pensión donde pasó sus años de
estudiante y que fuera su amor y confidente en horas tan
difíciles.

Por somosfutrono

Somos un medio de comunicación que difunde el respeto al medio ambiente y los pueblos originarios; NOTICIAS , ACTUALIDAD, COMPROMETIDOS CON LA VERDAD.