Durante la Guerra a Muerte y tras perder la Batalla de
Tarpellanca, el patriota Mariscal Pedro Andrés del Alcázar y
Zapata fue hecho prisionero y entregado por el realista
Vicente Benavides Llanos a los indígenas el 28 de septiembre
de 1820, quienes lo lancearon hasta ocasionarle la muerte, a
los 70 años de edad.

Terminado el martirio, su cuerpo fue levantado en las puntas
de las lanzas y paseado delante de los soldados realistas.
Esta fue la página más negra de la llamada “Guerra a Muerte”.
El historiador Francisco Encina se refirió a este hecho
aludiendo que «los propios indios tuvieron vergüenza de
cantar victoria».

Benjamín Vicuña Mackenna, después de una erudita
investigación de este personaje, señaló: «De todos los
soldados que han servido a Chile, desde la época de su
emancipación, sin considerar la Guerra del Pacífico, ninguno
ha sido más genuino ni más cabalmente soldado que el
Brigadier Pedro Andrés del Alcázar».

La guerra a muerte comenzó a gestarse después de la Batalla
de Maipú desarrollada el 5 de abril de 1818, cuando gran
parte de las tropas realistas se retiraron al sur, donde,
comandadas por Benavides, organizaron guerrillas que
hostilizaron distintos puntos de la región.

Al año siguiente, en 1819, Alcázar se encontraba comandando
la Plaza de Los Ángeles y debió enfrentarse con el
guerrillero realista Benavides, cuando éste le exigió la
rendición, asegurando que ya había derrotado al General Ramón
Freire Serrano en un supuesto combate. La contestación de
Alcázar fue: «Ataque usted cuando quiera; tengo pólvora y
balas para esperarlo con la mesa puesta», entonces Benavides
no se atrevió a pasar al asalto y se retiró.

A fines de ese año, el 9 de diciembre, Alcázar tuvo un serio
combate en El Avellano, obteniendo la victoria.
Posteriormente, en enero de 1820 y luego de la expedición a
Renaico, fue ascendido a Mariscal. Pero después del desastre
de Pangal, ocurrido el 25 de septiembre de ese año, Alcázar
se encontraba en una situación bastante crítica. La
guarnición de Los Ángeles, con su población civil, estaba
aislada y había sufrido ya cuatro asedios de los indígenas
manejados por Benavides.

En esas circunstancias recibió una falsa orden para que
abandonara Los Ángeles y cruzara el Laja por Tarpellanca,
para unirse a las tropas de Concepción en las proximidades de
Yumbel. Entonces, Alcázar partió con 380 soldados que
componían la guarnición, 6 carretas con enfermos y unas mil
mujeres, niños y ancianos, que siguieron al ejército.

El Mariscal llegó al vado de Tarpellanca al amanecer del 26
de septiembre. El río Laja formaba en esa época, frente al
paso, una isla que lo dividía en dos brazos. Cuando la
población angelina se encontraba en la citada isleta y parte
de las tropas en la ribera opuesta, emergieron por todas
partes una cantidad impresionante de fuerzas realistas,
soldados e indígenas, que alzaron sus armas en señal
anticipada de victoria.

Fue en estos instantes cuando el anciano Mariscal Alcázar
mostró la fibra de su glorioso temple, dando órdenes desde la
silla de su caballo y recorriendo los lugares donde se
refugiaban las mujeres, niños y enfermos, les animaba y les
aseguraba que les salvaría la vida.

Agotadas las municiones, los defensores de Tarpellanca se
mostraron dispuestos a pelear con cuchillos, bayonetas y a
culatazos. Fue el momento en que Benavides y su subalterno
Juan Manuel Picó enviaron un parlamentario a proponer una
capitulación honrosa, asegurando la vida y libertad de los
pobladores. Los oficiales serían hechos prisioneros y la
tropa sería distribuida en las guerrillas realistas.

Tal vez, si Alcázar hubiera estado sólo al frente de sus
soldados, habría continuado luchando o se habría abierto paso
como lo hizo en Rancagua. Más, las mujeres, niños, ancianos y
enfermos debían tener una oportunidad de salir con vida,
evitando una feroz masacre.

Por esta razón, aceptó el acuerdo, pero luego de la firma de
capitulación, efectuada a las 2 de la madrugada del día 27,
Benavides no cumplió con el compromiso, autorizando a los
indígenas que iban con él para matar a los nativos enemigos,
saquear cuanto iba en el campamento y ultrajar a las mujeres.
Los prisioneros fueron llevados al Campamento de San
Cristóbal y se les asesinó.

Los oficiales fueron llevados el día 28 con rumbo al cuartel
de
Benavides, pero al llegar a Yumbel fueron todos fusilados. Al
anciano Mariscal Alcázar se le obligó a presenciar el
sacrificio de sus oficiales y luego fue lanceado y destrozado
su cuerpo en medio de festejos. Se cree que el Cacique
Catrileo fue el que primero lanceó al veterano soldado
tucapelino.

Pasado un año de este enfrentamiento, Benavides decidió
trasladarse a Perú, embarcándose en la desembocadura del río
Lebu en enero de 1922. Pero en la provincia de Colchagua,
frente a las costas de Topocalma debió solicitar agua,
oportunidad que las autoridades chilenas lo tomaron
prisionero y lo trasladaron a Santiago. En la capital lo
condenaron a muerte, siendo ejecutado el 23 de febrero. La
Guerra a Muerte continuó hasta 1824, dirigida por Picó, el
último Jefe español de Arauco.

Alcázar nació en 1750 en Tucapel, territorio mapuche. A muy
corta edad ingresó al Regimiento de los Dragones de la
Frontera, siendo nombrado oficial de Cadete por la Corona
Española. Pero por un error de copia, figuraba como Pedro del
Alcázar, en lugar de Andrés, entonces el Comandante de
Dragones, el Coronel Ambrosio O’Higgins, le hizo anteponer el
apelativo de Pedro, para legalizar la cédula.

Antes del 18 de septiembre de 1810, Alcázar había tenido su
bautismo de fuego en combates con los mapuches de la
Frontera, bajo la bandera del Rey de España. Su primera
campaña con la Junta de Gobierno criolla fue en ir en auxilio
de los patriotas de Buenos Aires, amenazados por una invasión
realista durante 1811.

Regresó a Chile en 1813, apoyando plenamente la independencia
al lado de Bernardo O’Higgins Riquelme. Así y luego del
Desastre de Rancagua en octubre de 1814, se dirigió con los
demás patriotas a la ciudad de Mendoza. Volvió junto con el
Ejército Libertador atravesando la cordillera y se enfrentó
con los realistas en la Batalla de Chacabuco en febrero de
1817, y también participó en forma brillante en la victoria
de Maipú en abril de 1818.

El General O’Higgins, en una de sus cartas, decía al
referirse a Alcázar: «Este oficial, además de las apreciables
circunstancias que le adornan, tiene pleno conocimiento de la
Frontera y un grande ascendiente sobre sus habitantes…»

Por somosfutrono

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