La Junta de Gobierno que presidía el país fundó, el 10 de
agosto de 1813, el Instituto Nacional con la fusión de los
cuatro establecimientos educacionales que existían en
Santiago al término de la Colonia; La Universidad Real de San
Felipe, la Academia de San Luis, El Convictorio Carolino y el
Seminario Conciliar.

Fue la obra espiritual de mayor contenido ideológico del
pensamiento independentista, inspirada en los anhelos de la
reforma social e intelectual de Chile, durante la Patria
Vieja,
que surgió como resultado de la Primera Junta de Gobierno,
establecida el 18 de septiembre de 1810.

La Junta de Gobierno, presidida por Francisco Antonio Pérez
Salas, dio los primeros pasos para organizar la instrucción
primaria conforme a un nuevo plan, designando para la
redacción de la constitución de este nuevo establecimiento
educacional, al doctor José Francisco Echaurren, y a Juan
Egaña Riesco, por Decreto del 18 de junio de 1813.

El decreto señalaba: «Recuperada nuestra libertad, el primer
cuidado del Gobierno es la educación pública, que debe
empezar a formar, porque nada halló principiado en el antiguo
sistema».

Esta constitución fue presentada y aprobada por el Senado y
la Junta de Gobierno el 27 de julio de ese año. Inicialmente
se refaccionó el viejo claustro del Colegio Máximo de los
Jesuitas, donde actualmente se encuentra ubicado el antiguo
Congreso Nacional, para impartir las clases en el nuevo
establecimiento educacional de la República.

Al abrir sus puertas por primera vez el 13 de agosto de 1813,
otorgó estudios desde las primeras letras, hasta los estudios
superiores de Teología y Leyes, Medicina e Ingeniería, siendo
su primer rector el propio Echaurren. Hasta el lugar llegó
gran parte de los santiaguinos; y a su vez, los magistrados
en traje de gala, desfilaron a presidir el acto más hermoso
que hasta la fecha había presenciado el pueblo chileno.

Entre los pioneros de la enseñanza en el país, estaba el
propio Egaña y Pedro Nolasco Carvallo, como también los
presbíteros Pedro Ceballos, Juan Aguilar de los Olivos, José
Argandoña, jurista que ocupó la cátedra de Derecho Natural de
Gentes y Economía Política; Juan de Dios Arlegui, en la
cátedra de Leyes Patrias y Derecho Canónico y José Alejo
Bezanilla, profesor de Física Experimental.

También las órdenes religiosas cooperaron en este sentido
proporcionando elementos eficientes: el dominico padre José
Urrutia dictó la clase de Teología Dogmática e Historia
Eclesiástica, mientras que los franciscanos, padres José
María Bazaguchiacuad y Francisco de la Puente sirvieron las
cátedras de Matemáticas Puras y Latinidad; otro tanto hizo el
mercenario padre Antonio Briceño, quien se hizo cargo de la
sección de primeras letras.

Durante treinta años el Instituto Nacional funcionó en el
antiguo edificio, pero en 1843, durante el Gobierno de Manuel
Bulnes Prieto, se resolvió la construcción de un buen
edificio en los terrenos que se encontraban al costado sur de
la calle «Alameda de las Delicias».

El nuevo establecimiento se construyó entre las actuales
calles San Diego y Arturo Prat, dejando sin construir el lado
que daba a la Alameda, donde se levantó más tarde la
Universidad de Chile. En sus dos siglos de existencia ha sido
semillero de escritores, juristas, estadistas, profesionales
de todo género, oradores, periodistas, hombres de empresas
comerciales e industriales.

Por somosfutrono

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